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dissabte, 23 d’abril del 2016

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Avui, diada de Sant Jordi, patró de Catalunya, volem animar-vos a encetar un nou llibre i a olorar una flor.

Per a celebrar-ho, us volem donar a conèixer el resultat d'una petita investigació, relacionada precisament amb Catalunya, els catalans i la seva relació amb la resta del territori, vist per viatgers extrangers que van visitar Espanya en segles passats.


L'arc de Berà i la Torre dels Escipions, a Tarragona.

1842 - La Biblia en España. George Borrow

Medina (del Campo) estaba llena de gente, porque la feria se celebraba de allí a un par de días. Algún trabajo nos costó conseguir que nos admitieran en la posada, ocupada principalmente por catalanes llegados de Valladolid. Esa gente no sólo llevaba consigo sus mercancías, sino sus mujeres e hijos.

Valladolid es ciudad fabril; pero, en cambio, su comercio está principalmente en manos de los catalanes, establecidos aquí en número próximo a trescientos.

Llegó la mañana del domingo, y a las seis me encontraba a bordo. Al trepar por la escala, me hirió los oídos el áspero acento del dialecto catalán. El barco era, en efecto, de construcción catalana, y el capitán y los tripulantes pertenecían a aquel pueblo; la mayor parte de los pasajeros ya a bordo, o llegados después, eran catalanes, y parecían rivalizar unos con otros en emitir sonidos desagradables.

Pero quien con toda evidencia se llevaba la palma era un comerciante gordo, de rostro colorado, barba en punta, ojos penetrantes y nariz corva; hablaba con asombrosa vehemencia por los motivos al parecer más fútiles, o sin motivo alguno; el sonido de su voz hubiese sido exactamente igual al ruido de un molinillo de café, a no ser por cierta nasalidad gangosa; no cesó de eyacular su catalán en todo el trayecto hasta Gibraltar.

Esas gentes no se marean nunca, aunque con frecuencia producen o aumentan el mareo de los demás.



1840 - Tras los montes. Teófilo Gautier

Barcelona se asemeja mucho a Marsella, no advirtiéndose en ella apenas el tipo español. Los edificios son grandes, regulares, y si no fuese por los anchos pantalones de terciopelo azul y las barretinas rojas que usan los catalanes, podría uno creer que estaba en una ciudad de Francia.



Ciutat de Barcelona al segle XIX.

1830-1833 - Cosas de España. Richard Ford

Los habitantes de las provincias creen de buena fe que Madrid es la Corte mayor y más rica del mundo, pero su corazón permanece fiel a sus respectivas regiones. Mi paisano no quiere decir español, sino andaluz, catalán, etc.

Cuando se pregunta a un español: ¿de dónde es usted?, suele contestar: Soy hijo de Murcia, de Granada, etcétera.

El término general «España», conveniente para geógrafos y políticos, parece hecho para despistar al viajero, pues sería muy difícil afirmar una cosa por sencilla que fuese de España o los españoles que pudiera ser aplicable a todas sus heterogéneas partes.

Las provincias del noroeste son más lluviosas que Devonshire, mientras que las llanuras del Centro son más secas que los desiertos de Arabia, y los litorales del Sur y Levante semejan totalmente a Argelia.

El rudo agricultor gallego, el industrioso artista catalán, el alegre y voluptuoso andaluz, el taimado y vengativo valenciano, son tan esencialmente distintos entre sí como otros tantos personajes de una mascarada.

Llotja i Passeig de Isabel II el 1842.

1786-1787 - Viaje a través de España. Joseph Townsend.

Cuando nos acercábamos a Barcelona tuvimos que cruzar un río cuyo cauce estaba siendo limpiado por unos criminales vestidos de verde; contamos hasta cincuenta, que eran vigilados por una serie de centinelas apostados a distancias prudenciales para evitar su huida.

Este color es sagrado para los mahometanos, sobre todo los africanos, por lo que el hecho de que con él vistan los españoles a sus peores criminales, e incluso a sus verdugos, constituye un curioso signo de desprecio hacia aquéllos.

Barcelona. Fue en esta ciudad donde Fernando e Isabel recibieron a Colón tras su regreso de América, y desde donde partió, en 1493, la segunda expedición del navegante.

Como lugar de residencia, Barcelona resulta no sólo delicioso, sino también saludable. Hay, sin embargo, algunos días en los que todos sus habitantes, y más especialmente los extranjeros, se sienten inclinados a considerarlo como un sitio insalubre y desagradable.

Esto sucede cuando el viento del Este trae la niebla, que muchos días antes se puede ver acumulada mar adentro como si estuviera esperando una oportunidad para entrar en tierra.

Los poros se cierran y el carácter se irrita tanto que incluso los mejores amigos deben andar con precaución en sus encuentros. Pero tan pronto como aparece la brisa del interior se levanta la niebla y sale el sol de entre las nubes, haciendo que toda, naturaleza sonría.

Tanto en la Barceloneta como en la ciudadela, que alberga una guarnición de cinco mil quinientos hombres, las fiebres intermitentes dejan de atacar, y en invierno traen consigo la hidropesía y la ictericia, y en verano fiebres malignas.

Las mismas enfermedades reinan más allá del Montjuich, en las tierras bajas que riega el Llobregat. Pero aunque a su paso el viento principal se carga de miasma, al ser desviado por esta alta montaña tiene ninguna influencia nociva sobre Barcelona.

Pocos lugares he abandonado con tanta pena; si no me hubiera marchado de Barcelona poco después, lo habría elegido como lugar de retiro en el que, con la ayuda de alguno de los padres, podría haber aprendido español.

Aunque un inglés consideraría detestables estas carreteras, si, retrocediendo treinta o cuarenta años, nos situamos en la época en que nuestras rutas provinciales se encontraban en las mismas condiciones y pensamos cuánto se ha hecho en este período de tiempo, podemos esperar de la laboriosidad de los catalanes que no pasará por alto un asunto tan importante y que cuando nuestros hijos visiten estas maravillosas regiones lo harán con menos peligro y mayor comodidad que lo hicieron sus padres antes que ellos.

El sábado 6 de mayo por la tarde salí de Barcelona rumbo a Madrid en un buen coche de siete mulas que había alquilado conjuntamente con tres oficiales del ejército español, dos de ellos nativos y el tercero francés. Ese día recorrimos cinco leguas por las márgenes del Llobregat antes de pernoctar en Martorell, lugar famoso por su puente de Aníbal, en el que destaca el arco de triunfo. De haber tenido tiempo me hubiera gustado hacer un dibujo de estas venerables ruinas, circundadas por una alta montaña que se levanta hacia el Este y por Montserrat, que queda a unas tres leguas, ocultando entre las nubes su encumbrada cima.

De todos los paisajes que he visto, pocos me han impresionado tanto como este de los alrededores de Montserrat.

Al llegar al límite de Cataluña tuvimos que hacernos con una reserva de provisiones suficiente para mantenernos hasta llegar a Zaragoza o, al menos, para que sirvieran de complemento a lo que pudiéramos comprar en el camino.

Hasta entonces nos habíamos alimentado sin problemas, pero ahora se hacía absolutamente necesaria una cierta previsión.

En Cataluña el viajero se encuentra bajo la protección del magistrado, que establece el precio de cualquier cosa que quiera comprar y publica anualmente un arancel o tabla de precios, que debe estar colgada en algún sitio visible de todas las posadas.

El carácter de los catalanes. La rígida frugalidad de los catalanes se hace evidente en lo escaso de su aprovisionamiento diario. Los días que van al mercado vuelven llevando en su pequeña cesta, además de la carne y la verdura, carbón vegetal por valor de dos dineros.

Este hecho es tan característico, que cuando quieren reprochar la miseria de un rico avariento dicen que, a pesar de su opulencia, continúa encargando que le traigan del mercado dos dineros de carbón. Doce dineros equivalen a un penique.

La indumentaria de los catalanes es singular. Se tocan con una especie de gorro de dormir rojo que usan sobre una red negra que les cubre el pelo y cuelga sobre sus espaldas. Emplean un chaleco o chaqueta corta ajustada con botones de plata que ciñen con una larga faja de seda que hacen pasar varias veces alrededor de su cintura antes de recoger.

En España, Italia y África está generalizado entre todos los habitantes el uso de fajas para evitar desgarrones. Aunque es cierto que éstos son muy frecuentes, el hecho de que no abunden en las naciones que no las utilizan invita a atribuirlos al descuido, que es posible estimule precisamente la confianza en la precaución que han adoptado para prevenirlos.

Sus calzones son por lo general de terciopelo negro; rara vez utilizan calcetines, y en lugar de zapatos calzan sandalias.

No hay otro pueblo sobre la tierra más resistente a la fatiga ni con mayor capacidad para viajar a pie. Recorren generalmente de esta manera cuarenta millas en una jornada, aunque en ocasiones pueden llegar a las sesenta. Esto y su integridad les hace ser buenos guías y muleros a los que se puede encontrar por toda España y en quienes se puede confiar sin reservas.

Llotja i futur passeig Isabel II durant l'ocupació Francesa el 1808.

1777-1783 - Nuevo viaje a España. J.F. Bourgoing

No hay ciudad en España tan activa y con tanta industria. En ninguna parte ha sido tan sensible el crecimiento de población si es cierto, como se asegura, que en 1715 Barcelona sólo tenía 37.000 almas y a raíz del desembarco de Carlos III en 1759, eran sus habitantes 53.000. Hoy tiene 114.410.

Lo que hace verosímil esta rápida prosperidad es el sin número de edificios construidos desde algunos años a esta parte, no sólo en el interior, sino también y sobre todo en los alrededores; tanto es así, que pocas ciudades francesas aventajan a Barcelona por el número y atractivo de sus casas de campo.

Marsella, que podría comparársele en varios aspectos y que en algunos le lleva ventaja, no admite comparación en sus alrededores, donde se descubre a la vez un hermoso paisaje, un cultivo muy variado, la actividad industrial y todos los síntomas de la abundancia.

Y aún hemos de añadir a los encantos de tales cercanías las ventajas de un suelo feraz y de un clima que, sin llegar a tórrido, permite el crecimiento de todas las producciones típicas de los países cálidos.

Hay abundancia de extranjeros; numerosa guarnición; elementos educativos que ofrecen algunos centros literarios; una sala de anatomía; algunas bibliotecas públicas y un pequeño Museo de Historia Natural que Tournefort aumentó con una valiosa colección de selección de las curiosidades de los tres reinos de la naturaleza, puede inspirar envidia a más de un pequeño soberano.

También tiene Barcelona hermosos paseos, numerosas y selectas sociedades y esa variedad de ocupaciones que presentan el comercio y la industria, etcétera. Debemos reconocer que pocas ciudades europeas ofrecen tanto atractivo y recursos como Barcelona. Sin embargo no es, ni mucho menos, lo que podría ser.

En lo militar Barcelona es también importante. Recuérdese la prolongada resistencia que opuso en 1714 al mariscal de Berwick y el interés que ponía Felipe V en su conquista, sin la cual no se hubiese creído afirmado en el trono de España.

Durante la guerra que recientemente ha terminado los generales franceses aspiraban a la conquista de Barcelona, considerando su posesión como acontecimiento decisivo. Debe su fuerza a la ciudadela que la defiende por su parte oriental y a Montjuich, que la domina y protege por la parte de poniente.

Montjuich es una montaña bastante elevada en cuya cima hay un castillo que puede contener una numerosa guarnición. Artillado con mucho esmero por la parte de la ciudad, es muy escarpada por la marina su posición.

A primera vista infunde verdadero respeto, pero las observaciones de un práctico lo juzgan demasiado extenso y recargado por otras más dispendiosas y macizas que eficaces, sobre todo, excesivamente elevado para infundir temor a un ejército que lo sitiara acampado en la llanura.

Barcelona debe principalmente su esplendor y su riqueza a su actividad y sus numerosas fábricas. Las más notables son las de indianas, de las que hay hasta ciento cincuenta. Las de encaje, blondas, cintas y telas de hilo, dan ocupación a doce mil obreros y otros tantos se e emplean en los diversos trabajos de la seda, como galones, cintas y tejidos de varias clases.

La población de Cataluña es de almas 1.200.000. Por muy favorecida que esté por la naturaleza, por mucho que la industria la vivifique en general, nos formaríamos una idea demasiado lisonjera acerca de esta región si la juzgáramos por su capital y sus costas.

El interior contiene varias comarcas desiertas y algunas que difícilmente se librarían de su esterilidad, pero la industria se ha infiltrado hasta los últimos rincones.

A pesar de las talas, que a partir de Fernando VI se han incrementado por diversas razones de inmediata utilidad, sus bosques contienen aún la suficiente madera para la calefacción, para el consumo de las fábricas e incluso para la construcción de navíos, aunque recibe mucha madera de Rusia, de Holanda, de Inglaterra y de Italia.

A pesar del floreciente estado en que se encuentra actualmente Cataluña, está menos poblada y quizá cuente con menos industria que en el siglo XV. En aquella época, los paños catalanes llegaban a Nápoles, a Sicilia y hasta a Alejandría.

Los catalanes modernos, hay que reconocerlo, se preocupan más de fabricar mucho que de fabricar bien. A pesar de la excelente calidad de las materias primas que emplean, los productos que salen de sus manos no son modelos de buen gusto ni de trabajo perfecto.

Después de Barcelona, la ciudad más importante de Cataluña es Lérida, a veinticinco leguas de distancia. En el espacio que las separa se encuentran villas y aldeas de hora en hora, salvo en las cuatro últimas leguas.

Las cinco primeras recorren una comarca enriquecida por los dones de la naturaleza y los éxitos de la industria; y las cuatro siguientes demuestran mejor que ninguna otra zona la emprendedora actividad de los catalanes.

Cervera, ciudad de cinco mil almas, tiene una universidad muy frecuentada que fundó Felipe V al suprimir todas las de Cataluña; pues el resentimiento del vencedor irritado por una larga resistencia se hizo notar en variados aspectos.

Pero Cataluña, objeto de supresiones y reformas de todo género, supo burlar los cálculos inspirados por el afán de venganza. Despojada de sus privilegios, sometida a una clase especial de imposiciones, no por eso deja de ser la región más industriosa y activa de España, y los fieles castellanos tienen más de un motivo para envidiar a los rebeldes.

Por eso, los catalanes y los castellanos han formado hasta nuestros días dos pueblos distintos que rivalizan entre sí y llegan hasta odiarse, pero que en la última guerra han unido sus esfuerzos y sus propósitos convencidos por la corte y la Iglesia de que luchaban por una causa común.


Barcelona l'any 1705.


1679 - Relación del viaje a España de la Condesa D'Aulnoy.

Los pueblos de Cataluña, cansados de la opresión injusta y violencia inaudita de los castellanos, buscaron en 1640 manera de librarse para siempre de tales abusos, poniéndose bajo el amparo del Rey de Francia, que durante doce años protegió su independencia; pero las guerras civiles, turbando luego el reposo de que la Francia gozaba, le impidieron socorrer a los catalanes contra el Rey de España, quien supo aprovechar la coyuntura sometiendo a su obediencia el condado de Barcelona y gran parte del Principado.

El pont del diable a Martorell al segle XVIII.

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